El trono maldito by José Luis Corral & Antonio Piñero Saenz

El trono maldito by José Luis Corral & Antonio Piñero Saenz

autor:José Luis Corral & Antonio Piñero Saenz [Corral, José Luis & Piñero Saenz, Antonio]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Histórico
editor: ePubLibre
publicado: 2014-10-14T04:00:00+00:00


18

EL DESQUITE DE ARETAS

Un antiguo frente de preocupaciones, abierto desde hace tiempo pero nunca concretado del todo, una amenaza siempre acurrucada en las sombras pero presente aunque no se manifieste, ensombrece aún más la vida de Antipas. No cesan de llegar al palacio de Tiberiades mensajes de los oteadores desplegados en la frontera sur de la tetrarquía desde que el nabateo Aretas amenazara con una terrible venganza por el repudio de su hija Fáselis. Los informantes anuncian que fuerzas de caballería árabe se están desplegando en las cercanías de la Gabalítide.

Los observadores envían informes cada vez más precisos dando cuenta de los movimientos del Ejército nabateo, cuyas columnas de caballería se refuerzan con varios regimientos de arqueros y de infantes, y con bastante maquinaria de asalto que avanza sin pausa hacia Galilea. Las noticias de esos avistamientos, cada vez en mayor número y más cercanos a la frontera, disipan cualquier duda: Aretas, para vengar el honor perdido con el repudio por Antipas de su hija Fáselis, prepara finalmente una invasión. La tormenta anunciada ya está sobre Palestina y estallará sin piedad alguna.

El tetrarca, informado de los movimientos del Ejército de su antiguo suegro, ordena el estado de máxima alerta a sus soldados, en parte ya movilizados.

—Al nabateo —dice Antipas ante el Consejo de generales de Galilea— no le preocupa el honor de su hija. Si nos ataca es porque ambiciona los recursos del lago Asfaltitis, el que los romanos llaman mar Muerto o mar de la Sal. Necesitan su pez y asfalto para calafatear sus barcos o para venderlo a los armadores fenicios. Con la venta de su sal obtendrían grandes beneficios en Arabia. Debemos defender esos territorios con todas nuestras fuerzas.

—Los árabes siempre los han ambicionado, pero nunca han logrado hacerse con ellos. En esta ocasión tampoco lo conseguirán —interviene uno de los generales más antiguos.

—Concentraremos nuestras tropas en las fronteras orientales, en el sur de la Gabalítide, pues ése es el territorio que desean. Creo que por allí atacarán los árabes.

Tras varias semanas de escaramuzas, los dos ejércitos, el judío y el árabe, se enfrentan en la llanura moteada de suaves lomas y colinas que riega el río Arnón. Al amanecer, los generales comprueban que las fuerzas y el número de contingentes de cada bando son parejos, de modo que el resultado de la batalla se presenta incierto. El alto mando de cada ejército dispone durante la noche a sus tropas en posiciones muy similares, siguiendo el orden habitual en las batallas: la infantería en el centro, organizada en escuadrones y centurias, y en los flancos, desplegada en dos alas, la caballería. Los israelitas comprueban que disponen de una ligera ventaja, pues la tarde anterior llegan desde la Traconítide tres cohortes de infantería enviadas por Filipo en apoyo de su hermano Antipas. Pero la ausencia de romanos en ayuda del tetrarca es clamorosa.

Aretas, desde la posición elevada donde se ubica el puesto de mando del Ejército nabateo, ordena que el cuerpo central de la infantería árabe cargue con todo su ímpetu.



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